Publicado originalmente en el medio italiano independiente L´indro
Antes de la Cumbre de las Américas, que se realizó entre el 10 y el 11 de abril en Panamá, 26 ex presidentes expresaron sus preocupaciones sobre la situación del país suramericano.
La preocupación sobre lo que sucede en Venezuela ha trascendido, paulatinamente, las fronteras nacionales. Un día antes de que comenzara la Cumbre de las Américas –que se celebró entre el 10 y el 11 de abril, en Panamá–, 26 ex presidentes latinoamericanos y españoles presentaron la denominada Declaración de Panamá, un documento en el que reclaman el respeto a los derechos humanos en este país y en el que ofrecen recomendaciones para salir de la crisis.
Se trata de una propuesta de la Iniciativa Democrática de España y las Américas, con el liderazgo del ex presidente colombiano, Andrés Pastrana, y el ex presidente español, José María Aznar. La petición de la liberación de los presos políticos y la recuperación de la independencia de los poderes públicos –que, señalan, es la única manera de volver a la senda democrática y de garantizar los derechos fundamentales– fue firmada por ex mandatarios como Oscar Arias, Laura Chinchilla y Luis Alberto Monge (Costa Rica), Felipe Calderón y Vicente Fox (México), Sebastián Piñera (Chile), Lucio Gutiérrez (Ecuador), Eduardo Duhalde (Argentina), Alejandro Toledo (Perú) e incluso Felipe González, en la acera política opuesta de Aznar.
Además de esas peticiones, los ex presidentes proponen algunas medidas económicas urgentes: un plan de ajuste, en el que se racionalicen los gastos del Gobierno y se evite el financiamiento del gasto público por el Banco Central de Venezuela –dinero inorgánico–, a lo que se debe sumar, entre otras cosas, el estímulo a la producción nacional y a la inversión. Todo eso con la finalidad de superar la grave crisis que afronta el país, que registró en 2014 una inflación de 68,5% y que ha sufrido la caída en picada de los precios del petróleo –con una leve recuperación en los últimos meses–.
Pese a la contundencia del mensaje, especialistas aseguran que el efecto no será tan inmediato. Antes de que comenzara la Cumbre de las Américas, Diego Sanjurjo García, politólogo uruguayo y especialista en políticas públicas y cooperación internacional, no creía que el documento de los ex presidentes tuviera alguna incidencia en el desarrollo del encuentro. “Nicolás Maduro desvió la atención sobre la crisis de su país al poner todos los focos sobre las sanciones y las –desafortunadas– palabras de Barack Obama hace unas semanas, por lo que la Declaración de Panamá sólo es otro ‘ataque de la derecha colonialista’, de poca relevancia, si se compara con el de Obama. No creo que Maduro ni el Gobierno venezolano reaccionen de manera ostentosa”, dijo.
En efecto, eso fue así. La reunión de representantes de 35 países de la región, que culminó sin un documento de acuerdos, estuvo centrada en otros asuntos: la restitución de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos; el discurso del presidente cubano, Raúl Castro, después de la ausencia durante 6 cumbres –por lo que el tiempo de su intervención fue 6 veces mayor que el reglamentario–; los acuerdos de paz entre las FARC y el Gobierno colombiano; y, entre otras cosas, la pugna entre Venezuela y Estados Unidos, como consecuencia del decreto en el que se sanciona a 7 funcionarios venezolanos por corrupción y violaciones a derechos humanos, y que considera al país suramericano una amenaza para el poderoso del norte.
Sobre este último asunto, justamente una de las razones para que no hubiese un documento final de la Cumbre de las Américas fue la insistencia de Venezuela de incluir en el preámbulo una petición para que se derogara el polémico decreto. La ecuatoriana Silvia Albuja, especialista en cooperación internacional, señala que el hecho de que no exista esa declaración final dificulta operativizar y hacer seguimiento a los puntos discutidos en el debate –más allá de las polémicas, por ejemplo, la propuesta colombiana de un sistema interamericano de educación–.
De todos modos, dice, es un espacio interesante de discusión y, junto con el documento de los 26 ex presidentes –que no considera de gran peso, por tratarse de líderes de prácticamente una sola tendencia política–, pueden invitar a la autocrítica y el análisis. “Con la alerta y los llamados de otros presidentes de la región, como Michelle Bachelet en Chile, o Tabaré Vázquez en Uruguay, sí podría lograrse un punto de reflexión para que los representantes de Venezuela entiendan que lo que está pasando en su país no es normal”, señala Albuja.
Sanjurjo la secunda en esta interpretación: el documento de los ex presidentes no tendrá mayores consecuencias, pero sí suma miradas reticentes hacia Venezuela. “La presión internacional se está volviendo insoportable, sobre todo con una Venezuela tan debilitada y una Cuba que se acerca a Estados Unidos”, refiere el especialista.
Ahora, ¿podría considerarse que esa presión es una injerencia en la soberanía venezolana, tal como lo han señalado algunos dirigentes como el presidente ecuatoriano Rafael Correa? Albuja indica que las llamadas de atención de otros presidentes no representan una intromisión en asuntos internos, pero que el decreto de Estados Unidos, con la mención de que Venezuela es una “amenaza inusual y extraordinaria”, sí es preocupante. “Puede ser una línea muy paternalista. Después de 50 años se levanta el embargo contra Cuba y ahora pareciera que se pretende hacer lo mismo con Venezuela. Esto no tiene sentido de coherencia y sí es un signo de injerencia”, añade.
Para Sanjurjo, más bien ha habido cierto mutismo incómodo en la región: “En Venezuela se han cruzado todas las líneas rojas desde hace mucho tiempo, y el silencio y la connivencia de la mayoría de los gobiernos vecinos es decepcionante, aunque entendible, si se considera el poder del gobierno venezolano”. Y agrega: “Varios líderes latinoamericanos se comportan de manera similar a los representantes venezolanos, y los demás callan antes que enfrentarse con un vecino poderoso, imprevisible y volátil”.
Ante este escenario, las organizaciones regionales no han tenido un rol tan fundamental. Sanjurjo señala que buena parte de los problemas de Venezuela se hubiesen podido evitar si estos organismos actuaran de acuerdo con su misión. “La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, la Unión de Naciones Suramericanas y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños no han estado a la altura ni han demostrado su independencia”.
Albuja agrega que, además de la poca efectividad de organizaciones como Unasur, con claras tendencias favorecedoras al gobierno de Maduro, otros organismos tampoco han actuado de forma adecuada: “La Organización de Estados Americanos ha incumplido su rol de servir de espacio articulador y mediador en muchos asuntos históricos, como Cuba, por ejemplo”. Señala que no existe un ámbito supranacional que verdaderamente contribuya a resolver crisis como la venezolana.
Un paso más allá, Sanjurjo opina que la situación actual de América Latina no da pie para que surjan organismos supranacionales efectivos: “Para eso, los gobiernos nacionales deben renunciar voluntariamente a su soberanía y, en el siglo XXI, es bueno que así sea. Pero hay una gran inmadurez en la región, tanto política como social, pues el recurso de la soberanía sigue movilizando votos en algunos países, y es explotado sobre todo por los gobiernos de Nicolás Maduro, Evo Morales, Cristina Fernández de Kirchner y Rafael Correa. La crisis venezolana tiene todavía un largo trecho por recorrer y habrá que ver cómo evoluciona. No veo una salida a corto ni mediano plazo”.