La intervención rusa en Ucrania, ¿se trata de un hecho aislado o responde a un plan urdido de forma meticulosa?
Para responder a esta premisa inicial, debemos partir desde el principio. La historia de Ucrania se ha caracterizado desde siempre por las tensiones entre la población rusófona (de origen ruso) y la autóctona, también conocida como rutena (1). El país estuvo siempre vinculado a la mayoría de líderes soviéticos por el hecho de estos haber nacido, haberse criado o contar con familiares en Ucrania. De hecho, ‘Lenin’, era de origen ucraniano por parte de madre; Nikita S. Kruschev aunque nació en Rusia creció en Donetsk; y Leonid Brézhnev -presidente del 64 al ´82- nació en la región de Ucrania de Dniprodzeržyns’k, proveniente de familia rusa, manteniendo tanto la pronunciación como los hábitos ucranianos durante toda su vida. Esto para poner de manifiesto la estrecha relación existente, tanto histórica como cultural, entre estos dos países.
El movimiento de protesta europeísta llamado Euromaidan (literalmente Europlaza) y generador del actual conflicto, comenzó en Ucrania en la noche del 21 de noviembre de 2013, como consecuencia de la suspensión por parte del gobierno de Ucrania del Acuerdo de Asociación entre este país y la Unión Europea, en beneficio de un fortalecimiento de las relaciones económicas con Rusia. Las protestas fueron evolucionando, apuntando en un primer momento a la política “rusófila” del presidente Viktor Yanukovich -apoyado por Putin- y posteriormente a la supuesta corrupción, abuso de poder y violación de los derechos humanos por parte de diversos órganos del gobierno.
Posteriormente, el 21 de febrero de 2014, el descontento creciente y ya generalizado, desembocó en la destitución del presidente filo-ruso Janukovyč (refugiado en Rusia) y en una nueva fase de inestabilidad política en el país con la crisis de Crimea, región con mayoría de población rusófona o rusa (2). El 11 marzo del 2014, Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol declararon unilateralmente la independencia -a través de referéndum, cuya participación fue del 84,2% del padrón electoral- y ahora se encuentran en proceso de anexión a Rusia. El gobierno ucraniano no ha reconocido aún ningún mandato proveniente del parlamento de Crimea, declarándolo disuelto y considerándolo desde el 20 de marzo como “territorio temporalmente ocupado”. Entre los órganos multilaterales y estados que han declarado ilegítimo este referéndum están la OSCE, la Unión Europea, los Estados Unidos de América y el Consejo de Europa.
Pero por si aún no había quedado del todo evidenciado, es preciso aclarar que esta crisis se relaciona de manera clara con la cuestión del gas. De hecho, la mayor parte del combustible utilizado en la Unión Europea proviene de Rusia y llega a través de gasoductos que atraviesan territorio ucraniano. De manera puntual, cada noviembre estalla un conflicto entre Rusia y Ucrania sobre los royalties adeudados al gobierno ucraniano por el transporte del gas a través de su territorio. Rusia, tras verse el conflicto habitual acentuado por las protestas en contra del gobierno pro-ruso, decidió realizar un auténtico chantaje cerrando el suministro de gas, dejando por ende sin calefacción a millones de europeos hasta no obtener el precio que pretendía, que finalmente consigue tras la intermediación de las instituciones comunitarias.
A este respecto, la Unión Europea nunca ha intentado encontrar otros suministradores de gas, ni tampoco impulsar una política energética verde de forma seria (eólica y solar) probablemente debido también al influyente lobby del petróleo. (del gas o del petróleo?)
Un elemento que entorpece la mayor implicación europea en el conflicto (antes intervención) es la creciente élite rusa, que cuenta con un fuerte poder económico e invierte continuamente en Europa. Prueba de ello son las agencias de compraventa de pisos dirigidas a compradores rusos en Cataluña, Andalucía, Comunidad Valenciana, Cerdeña, Toscana y Córcega, como así también su repentina incursión del magnate ruso Román Abramovyic en el mundo del deporte con el Chelsea FC.
Sin embargo, el principal elemento obstaculizador de la UE para impulsar una decisión conjunta y convincente en torno al conflicto es la inexistencia de una política exterior común eficaz, lo que se puede confirmar con la escasa relevancia que posee la UE como conjunto en el contexto internacional. De hecho, la política exterior de la Unión Europea, aunque es personificada por el Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (en la actualidad Catherine Ashton) está muy fragmentada en áreas geográfico-culturales -Norte Europa, Europa Central y Europa del Sur o Mediterránea-, regiones en las que cada país tiene una influencia dispar.
En el Consejo de Seguridad de la ONU –el organismo internacional más importante en cuanto a efectividad- son miembros con derecho de veto Francia y Reino Unido, mientras que Alemania es miembro permanente pero sin derecho de veto. La solución más razonable sería que la Unión Europea estuviera como miembro permanente con derecho de veto representando todos los intereses y la visión de los veintiocho países de la Unión, sin que Francia, Reino Unido y Alemania vayan por libre. Naturalmente es un compromiso casi imposible de conseguir dado que sobretodo Francia y Reino Unido no quieren renunciar al privilegio del derecho de veto que les otorga una importante autoridad en la política exterior internacional.
Esto ha determinado y sigue determinando la incapacidad constante e ineficacia manifiesta de la acción exterior europea, que justamente en esta misma área geográfica ya se puso en evidencia con la crisis de la Transnistria -región Oriental de Moldavia con mayoría de población rusofona- y luego con la ruso-georgiana de 2008. En ambos casos, Rusia envió divisiones de su ejército con el pretexto de proteger a las poblaciones rusófonas -curiosamente el mismo pretexto utilizado en la actual crisis ruso-ucraniana–, siendo la intervención europea en todos los casos casi anecdótica y demasiado tardía.
En el segundo suceso antes comentado, la crisis ruso-georgiana de Agosto de 2008, el gobierno georgiano emprendió una acción militar en las regiones rusófonas de Osetia del Sur y Abjasia, lo que provocó la reacción airada del gobierno ruso que derivó en el envío de militares en principio solo con fines defensivos. Sin embargo, los soldados rusos avanzaron más allá de la frontera de Osetia del Sur llegando a unos escasos 45 km de la capital Tiflis.
Asimismo cabe recordar la tímida reacción europea frente al probable fraude (3) de las elecciones presidenciales rusas del 2012, que otorgaron la elección a Putin por segunda vez. A pesar de las denuncias de los observadores del OSCE, la Unión Europea se limitó a registrar el hecho y hacer una tímida y silenciosa protesta mostrando su debilidad frente a la potente Rusia. La misma reacción ha sido desenvuelta frente a los extraños asesinatos de los opositores de Putin, Anna Politkóvskaya y el más reciente de Baris Nemtsov. Esta conducta de la UE se podría definir según el popular refrán como fuerte con los débiles y débiles con los fuertes.
Volviendo a la actual crisis, los primeros signos inequívocos del interés ruso por Ucrania, se manifestaron durante las elecciones presidenciales de 2004, cuando en septiembre de ese año, durante los comicios para las presidenciales fue envenenado con dioxina Viktor Yúschenko -el candidato del partido opositor Nasha Ukrayina (Nuestra Ucrania)- filo-europeísta y occidental que se oponía al partido de las regiones filo-rusas con fuertes sospechas de autoría sobre el KGB ruso dado que Rusia apoyaba casi abiertamente a su contendiente, el propio ViKtor Janukovyč. Este hecho ya habría debido poner en alarma a las instituciones comunitarias, algo que lastimosamente no ocurrió, dado que se relajaron demasiado con el hecho que Viktor Yúschenko ganó las elecciones (después que la Suprema Corte de Ucrania ordenara repetir la votación por fraudes en la segunda vuelta) empezando así la revolución naranja.
En el caso ucraniano ha originado una idea de inercia e impotencia por parte de la Unión Europea, que por un lado ha dejado mediar al Presidente de Bielorrusia, Aleksander Lukashenko, famoso por ser el último dictador de Europa y el único que sigue aplicando en su país la pena capital. Por otro lado, ha realizado una tímida mediación sin tener una idea clara de la solución a proponer ni de la labor a realizar para alcanzar una solución al conflicto. A primeros de febrero del 2015, pese a haberse acordado un cese de las armas por ambas partes, los filo-rusos continuaron con su acción militar.
La Unión Europea debería ser el organismo más preocupado y proactivo en la tarea de arribar una solución rápida, sobre todo considerando dos elementos de importancia. El primero, que se ha roto la paz europea con un nuevo conflicto dentro de Europa después de casi veinte años (guerra de Bosnia). El segundo elemento es el origen de este enfrentamiento, es decir, las protestas de aquella parte de la población filo-europeísta que se oponía al gobierno “rusófilo” que suspendió el acuerdo de asociación.
En las primeras semanas de septiembre, durante el comienzo de la tregua, el primer ministro de Ucrania, Arseni Yatseniuk, afirmó que el presidente ruso Putin simplemente está congelando el conflicto para luego poner en marcha su verdadero objetivo de eliminarla como estado independiente para así restaurar la Unión Soviética (4). Estas declaraciones pueden parecer sesgadas y exageradas, sin embargo, una atenta valoración conjunta de los episodios antes mencionados, los actuales acontecimientos y las últimas e inquietantes declaraciones del mismo Vladimir Putin (5), llevan a una deducción parecida.
Las intervenciones rusas en Transnistria, Osetia del Sur/Abjasia, la actual en Ucrania/Crimea y la reciente creación de la Unión Euroasiática, compuesta por países autoritarios, difícilmente no respondan a un unívoco diseño neo imperial. Por tanto, se podría contestar a la pregunta inicial, afirmando que de estos elementos parece que la estrategia de Rusia consiste en intervenir militarmente, tomando como excusa la tutela de las minorías rusófonas y rusas, presentes en los países antes pertenecientes a la ex Unión Soviética para obligarlos a entrar en una Confederación con el Estado Ruso, disminuyendo así su autonomía e instituyendo de esta manera una especie de ‘Segunda Unión Soviética’. El riesgo de que esto suceda es alto y está en manos de la Unión Europea evitarlo a través de una fuerte y efectiva acción de mediación.
Con la actual crisis económica, para la Unión Europea sería sin duda arriesgado poner trabas a la inyección rusa de dinero como confirman las tímidas sanciones adoptadas. Por lo tanto, y a la luz de lo antedicho, la única solución viable para Ucrania parece ser la creación un estado federal que conceda una amplia autonomía a las regiones rusófonas según el modelo de Suiza o Estados Unidos y, posteriormente, aceptar un referéndum en Crimea bajo control de la OSCE en el que se decida la permanencia de dicha región en Ucrania.
Notas
1
Los ucranianos, primero súbditos del Imperio Austríaco -más tarde Imperio Austro-húngaro-, fueron llamados rutenos y se dividieron entre el Reino de Galicia, Bukovina Lodomiria y Hungría.
2
Por los primeros se entiende personas que hablan ruso pero no son de origen ruso; mientras que por los segundos son personas provenientes de Rusia que viven de manera estable en el país y hablan ruso.
3
Para mayor información, ver artículos del 5/3/2012 de Público y de La Vanguardia.
4
Para mayor información ver artículo del 3/9/ 2014 del periódico Público.
5
Para mayor información ver artículos 1) de Público del 5 Marzo 2012; 2) de La Vanguardia del 5 de marzo de 2012; 3) Público del 3 septiembre 2014 y 4) La Vanguardia del 18/9/2014.
Bibliografía
Boeckh K., Völkl E., Ucraina. Dalla rivoluzione rossa alla rivoluzione arancione, Trieste: Beit, 2009.
De Gotha Almanach pour l’un 1869.
Klyuchevsky Vasily ,“The Course of Rssian History”, 1987.
Lami G., “La Questione Ucraina fra ’800 e ’900”, Milano: CUEM, 2005.